En el año 1911, los alemanes dieron inicio al servicio del transporte aéreo comercial, todo gracias a la compañía de dirigibles DELAG, un proyecto que trató de ser imitado en Inglaterra, sin éxito y marcado siempre por las desgracias.
La razón por la que los ingenieros británicos no pudieron igualar el trabajo de Graf Zeppelin, era porque desconocían los secretos técnicos que DELAG empleaba en la fabricación de sus enormes unidades, diseñadas para atravesar el cielo en largas y lujosas travesías.
El ingeniero alemán concibió, a mediados del siglo XX, verdaderos hoteles aéreos. Sus naves insignia fueron El Graf Zeppelin y El Hindenburg, dirigibles que en 60 horas de vuelo, era capaz de atravesar el Atlántico, con destinos como Estados Unidos o Brasil.
El éxito de Lufthansa,
que para el año 1926 ya había superado el millón de pasajeros, era
irrelevante si se comparaba con la empresa de Graf Zeppelin, que sacaba
una notable ventaja sobre las empresas emergentes de vuelos comerciales
que comenzaban a surgir en Europa y América del Norte.
DELAG fue la empresa encargada de redefinir todo lo concerniente al catering aéreo.
Cada una de estas enormes y potentes naves taba a equipada con cocinas
que no tenían nada que envidiar a las mejores de restaurantes y hoteles
en tierra firme, y el equipo de chef y cocineros, se encargaba de
suministrar a los pasajeros verdaderos manjares.
El jefe de cocina era Xavier Maier,
un hombre que contaba con la colaboración de cuatro cocineros
adicionales para satisfacer las necesidades de los pasajeros, que podían
ascender en número a un centenar de personas, aproximadamente.
Lenguado con salsa de hongos,
papas y un postre, que consistía en helado de pistacho acompañado por
un culí de frutos del bosque, eran algunos de los menús que diseñaba
Maier, aunque este se recuerda especialmente por ser el último que
ofreció a los clientes de DELAG, antes de que se produjera un accidente al llegar a EEUU en el que murieron 36 personas.